domingo, 21 de noviembre de 2010

leve parte concreta 2

Las esferas y los techos devorados por la lluvia acida nos acechan en la prorroga, en la esférica ruta que funciona de catapulta y noche manchada de misericordia latinoamericana.
¿Tenemos que correr por los pasillos donde hubo un subte agarrados de la mano? ¿Tenemos que detenernos, revolcarnos por la tierra y tener “relaciones carnales”? ¿O jugar a los animales?
No es tan malo,
Me acuerdo.
De cuando te encontré, a la tarde, serian las 5, el polvoriento verano, en apogeo ingenuo, me parece que por el aroma en la atmósfera que me decía que te llegaba a encontrar me había puesto un vestido amarillo y el asfalto y el sol me habían desteñido y quebrado el pelo, que era como la cáscara de una calabaza, así de desteñido.
No tenia nada de pretensiones.
Y ni siquiera me acuerdo de que hablamos
Lo único que se es que Ritzpatrick estaba adentro, sabiendo, a quienes iba a tener que hacer sufrir ese mes.
Es muchas ocasiones, supe que él se iba a manejar solo, se salía de la ruta y atropellaba animales, no se porque lo hacia, me producía un asco y una piedad tan grande que hiciese eso; después llegaba a la habitación, yo siempre me hacia la dormida, él me abrazaba y me decía que yo era el único animalito que no iba a matar nunca, pero con el tiempo llegue a la conclusión de que pasaba gran cantidad de horas pensando, armando toda la vida de las personas a las cuales le disparaba . Algo a destacar del galante Ritzpatrick es que nunca utilizo la violencia.
Nomás, el desprendía la vida del prójimo, apoyando el dedito sin miramientos sobre el gatillo. Y siempre me decía, cosas un poco arquetípicas, con demasiada carga moral “El miedo, mancha, no la sangre”
El miedo mancha. Si, puede ser que tuviese razón en eso.
Yo misma vi como las gotas de sangre marchaban al cuchillo cuando lo mate, y no me sentí manchada.
¿Quieren escuchar como lo conocí?
En un convento pupilo en medio de la nada, no me quedo adonde ir, podría haberme suicidado en ese momento, si lo pensé, pero directamente arroje mi vida al abandono y a un desinterés casi épico. Y cuando sentí hambre, y no me gusto ver mi pelo y mi piel en mal estado por estar a la deriva en una colección de pueblitos pobres. Encontré el convento.
Dije que no tenia a nadie en la ciudad de donde venia, que no podía pagar la cuota, estaba sin familia, amigos nada, y no mentí, hice pasar por beata por analfabeta, y tampoco mentí, porque en ese momento queria olvidar el idioma, la mas imperfecta forma de exteriorizar con símbolos incontables, incalculables racimos, ramificados de la existencia y sus dones, queria culminar la civilización empezando por mi como parte de ella.
Me enseñaron por segunda vez a leer, no vi. Cosa mas graciosa a enseñar nuevamente, por aquel momento tenia 20 años, y era una serpiente venenosa, resentida, en un convento en retirada defensiva.
Políticamente hablando.
Las chicas, mis compañeras, me odiaban, las mujeres siempre despreciaron bastante, en ese momento creo que la causa principal fue mi apariencia.
Querrían ser como yo.
Me criticaban dando argumentos altamente sustentables, entre todos esos, uno que hablaba de la rareza de mi aspecto.
También decían que yo era muy femenina, como para jamas haber adquirido ciertos modales y por otro lado también me trataban de salvaje.
Analfabeta y pelirroja. Les hacia ruido. Pero yo una vez conocí a un indio rubio.
Volvamos al convento.
Otra causa de su penitente odio, eran mis aventuras con los únicos hombres que transitaban el lugar, comprendí que para tener determinado magnetismo sexual con hombres y también con quien sea lo que menos hay que hacer es hablar, por mas excitante que sea lo que se pueda decir, hay pocos casos en los cuales la charla no des erotiza; otro ejemplo, para averiguar, lo que menos hay que hacer es preguntar… inversamente proporcional, creo.
De igual manera, jugando mi papel de analfabeta, salvaje, pelirroja, de uniforme y con modales, características asignadas por “mis. Amiguitas” del convento, bueno, fue la etapa de mayor oferta de cortejos en mi vida.
Cuando tuve que fingir volver a aprender a hablar, decayó un poco.
De igual forma me quedaron muchas costumbres y manías para usar a mi favor de ese estado.
Me acuerdo de uno en particular. Uno con el que hasta decidí decirle que si podía hablar.
Yo estaba a la tarde, era el final del invierno pero hacia viento, como un viento norteño que raspaba y te deja oler de donde venia y que cosas traía, o no se si queria imaginar yo, tener un sentido del olfato desarrollado, ampararme en la misericordia de mi propio juicio.


Le hice a ritzpatrick besarme un “niple” como se diría en ingles. A trabes de la rendija del confesionario.
Al otro día cuando volvió.
Lo lleve al jardín
Y entre panaderos (o dientes de león) y margaritas tostadas por el final del verano le deje agarrar con sus manos mi ropa interior de debajo de la pollera del uniforme y deslizar su dedo.
Fingí dolor y vergüenza con una falsedad descarada que fue aceptada por Ritzpatrick como no natural, pero si excitante.
Y así logre que me raptase y me llevase con el.
Cuando me quiso sacar afuera. Fingí casi llorar
El creía que era por irme del convento, pero yo lloraba cuando pensaba en lo que me habia convertido yo.